La tierra de los
grandes desiertos de arenas calientes bajo un cielo claro y abrasador.
Tierra sedienta,
de arenales tostados.
En el horizonte
se mueven los dromedarios de las caravanas como una fila de pequeños
triángulos.
Donde acaba el
mar de arena, sigue la tierra de matorrales desecados.
A veces aparece
el oasis con la sombra acogedora de las palmeras, la fragancia de los árboles
olorosos y la promesa del agua milagrosamente fresca.
La tierra
costera rodea al desierto con una zona estrecha donde hay antiguas ciudades,
bosques de palmeras y sicómoros, y la planta del áloe y el árbol de la mirra.
El samarí del
desierto es seco, fuerte y de tez morena del sol. Valiente y generoso,
resistente a las mayores privaciones, vive en tribus nómadas sin otra riqueza
que sus rebaños de camellos, sus caballos de pura raza y las telas y oros de lejanos
países. Siempre en su corazón ansia el regreso a Zankara.
En las noches
llenas de estrellas descansa el samarí a las puertas de tiendas contando viejas
leyendas ricas de imaginación y de ingenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario