Antes del Ragnarök todas las
razas que se encontraban en Malorn eran conocidos por ser el pilar central de
los ejércitos del dios Molek, el Oscuro. Junto a minotauros, goblins, gigantes
y otras razas humanoides, los orcos solían reunirse para asaltar a sus enemigos
y provocar el caos y la muerte allí donde fuese posible. Sus vidas giraban
alrededor de la guerra y rara vez pensaban más allá.
Tras el cataclismo, las tribus
expulsaron finalmente al resto de razas del territorio y entraron en una época
de conflictos internos. La mayoría, acostumbrados a adorar a un dios cruel y
poderoso comenzaron a adorar a los dragones malignos en su lugar. Los pocos supervivientes fueron sometidos a un estado de opresión hasta que un
grupo de chamanes, movidos por los espíritus de sus antepasados, se alzaron en
su contra. Lentamente, más y más humanoides se alzaron contra sus nuevos amos
hasta que finalmente todos y cada uno de los dragones de la zona fueron
exterminados y sus huevos destruidos.
Una nueva era empezó para las
tribus. Cada una, organizada alrededor de un jefe de guerra y sus chamanes,
modificó sus costumbres y trataron de vivir de forma pacífica. Por desgracia,
la guerra corre por las venas de los habitantes de Malorn y los conflictos
entre tribus son bastante frecuentes. Sin embargo, para evitar una gran guerra
entre ellas, diferentes reglas se establecieron en el combate y la conquista,
evitando que los perdedores vieran todo su honor perdido.
Arreglando un girociclo. Obra de Alejandro Lizaur |
Aunque a menudo, normalmente
frente a enemigos comunes, se solían alzar grandes señores de la guerra que
unificaban a varias tribus, la mayoría terminaban tan rápido como empezaban,
tras la muerte del caudillo en algún combate. Sin embargo, un rumor recorre las Colonias Confederadas al norte de la región: hace unas décadas, un nuevo
caudillo apareció de la nada y comenzó a conquistar tribu tras tribu, creando
un nuevo sistema que aún perdura, a pesar de la muerte de su fundador hace
años.
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