-Como te digo, tío, créetelo. -dijo Daniel un tanto irritado- Después de todo lo de Corea y el norte de Africa, me dejan fuera.
Escuchó durante poco menos de un minuto a su interlocutor, y luego
colgó: “Vale, vale, hablamos.”. Se acomodó en su pequeño y destartalado
sofá y comenzó a quedarse dormido. Le dolía la cabeza; las últimas
noticias y las últimas semanas de vagabundear en busca de una ocupación
le estaban haciendo muescas a su moral.
Sucedió al poco de
quedarse dormido... de hecho, ni siquiera sabía si dormía. Sentía un
mareo en el estómago, un vértigo como el que sientes al dormirte que
hace que te despiertes de repente, pero esta vez no se iba. De hecho,
iba a más, y Daniel se sumergía en una sensación de caída interminable
que hacía que le temblaran las piernas y moviera los brazos intentando
encontrar el equilibrio. Una sensación de prisa, de caída y de náuseas
lo embargaban por completo, aislándolo de lo que pudiera ver...
...y todo pasó como había llegado. De pronto estaba sobre un sucio suelo
de madera y pieles, con restos de algo humeante a su alrededor.
-Bienvenida, criatura. -una voz un tanto chillona y extraña hizo que
pestañease intentando ver, intentando comprender. Alguien parecía
hablarle, pero como al otro lado de un túnel largo y ominoso.- Ahora,
escúchame y obedéceme. Soy Adl-Narei, tu nuevo amo.
Daniel se
levantó del suelo protegiéndose los ojos con una mano. Estaba desnudo y
aun el mareo y las náuseas del sueño -caída- no lo abandonaban. Creyó
ver, entre las tinieblas en que se había convertido su visión, que lo
rodeaba una sala espaciosa, con algunos pilares de madera, y que a su
alrededor se extendía un intrincado símbolo grabado en el suelo con
miles de gemas que brillaban con una luz tenue, y símbolos extraños que
parecían moverse.
“Desde luego, tengo que ir al psiquiatra, como
dijo Anne” pensó mientras intentaba ver a su interlocutor. Éste,
emergiendo de las tinieblas por fin, llevaba una vela en una mano y un
pesado libro en la otra. Las páginas del libro se movían solas. Vestía
de una forma un tanto estrafalaria: tenía una suerte de gafas de visión
nocturna echadas para atrás en la cabeza y un chaleco multifunción con
varios bolsillos, aderezado todo con una falda de cuero y guantes con
remaches metálicos. Pero... la criatura no era humana. Sin embargo, su
nombre le llegó a la memoria, viajero repentino de los tiempos de su
niñez y adolescencia, de entre las páginas de varios libros de fantasía.
-Usted perdone, señor gnomo -dijo Daniel a duras penas, con la garganta
seca y llevándole la corriente a su “sueño”- Pero si no le importa, voy
a despertarme y seguir bebiendo un poco más.
Unas pequeñas
arañas mecánicas se movían por los rincones con un brillo rojizo en las
junturas, y Daniel descubrió que, tras el gnomo permanecía suspendida en
el aire una bola metálica de la que surgían de tanto en tanto pequeños
relámpagos blancoazulados.
El personaje avanzó hacia él y
levantó la vela... se colocó las gafas en la cara -las cuales hicieron
varios movimientos de sus múltiples lentes como por voluntad propia- e
hizo una mueca de disgusto.
-¡¡Ainah-nah-nah!! ¡No puede ser!
¡¡El Buscador Dimensional ha vuelto a fallar!! -exclamó mientras
ajustaba varias ruedas en la tapa del libro, que de pronto redujo su
tamaño varios enteros.
Daniel, por su parte, intentaba
despertar, pero descubrió que la escena lo divertía -y de todas formas,
sus intentos por despertar no estaban dando resultado- y se quedó un
poco más en su sueño.
-Es lo que suele suceder con los
buscadores dimensionales. -sonrió divertido mientras seguía al
personajillo por la sala... o al menos lo intentó, ya que al intentar
poner un pie fuera del círculo grabado en el suelo recibió una
importante descarga eléctrica y salió despedido hacia atrás, chamuscado y
confundido.
Algo, aunque no quería reconocerlo conscientemente
aun, empezaba a tomar forma en su cabeza. Eso, lo que fuera, estaba
siendo demasiado real. Nunca había tenido un sueño como aquél, ni de
lejos... de hecho, él solía comentar que no soñaba.
El olor de
las velas, los pequeños chasquidos de las arañas mecánicas sobre los
muebles, el brillo de las gemas del suelo, los movimientos imposibles de
los símbolos, la verosimilitud de cada detalle y la realidad de todo lo
que veía... Daniel empezaba a estar realmente incómodo.
-¡¡Ehhhhh!! -exclamó molesto y dolorido- Que cojones está pasando aquí.
Se incorporó de nuevo y descubrió algo en lo que no había reparado
antes: un espejo en una de las esquinas de la sala. Daniel se movió
dentro del círculo para poder mirarse en él, y cayó sentado al suelo de
la impresión. Desde el otro lado del espejo le observaba una criatura
blanquecina, con ojos rasgados y dos cuernos saliendo de su cabeza, con
rasgos alargados y con un atisbo de nariz: le recordaba a los sátiros de
la mitología, pero un tanto más siniestro. Tenía placas coriáceas en
los muslos, antebrazos y pecho, y al darse la vuelta percibió que de su
espalda salían varias formaciones óseas espinosas.
-Pero ¿qué carajo soy?
-Una subcriatura, -le respondió el gnomo, que ya estaba casi en la
puerta de la estancia, dispuesto a abandonarlo- un viajero planario
llamado por error por el Buscador Dimensional. -las extrañas gafas
seguían moviéndose automáticamente en su cara.
Adl-Narei pulsó
varias palancas ocultas en el marco de la puerta, varias lucecitas se
apagaron junto al panel... la esencia dejó de alimentar el Buscador, y
la prisión se deshizo.
-Siento mucho lo ocurrido. Olvida tu
antigua forma: este es tu verdadero yo. Y olvida tu antigua vida, ahora
eres parte de este mundo. Mucho me temo que el viaje que acabas de hacer
es solo de una dirección.
El círculo se apagó y los símbolos
dejaron de moverse. Daniel puso un pie -terminado en una garra- fuera y
siguió a su invocador.
-¿Mundo? ¿Quieres decir mi sueño? -dio rienda suelta al temor que había tomado forma en su mente- ¿Es esto un sueño?
Adl-Narei compuso una medio sonrisa en su pequeña cara. Abrió la
puerta y Daniel vio el resto del laboratorio arcanotecnológico... su
boca se abrió al instante.
-¿Sueño? No, esto es más bien una pesadilla. Bienvenido a Korn.
Francisco Quiñones
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