lunes, 27 de enero de 2014

Anak Yigg (relato)



Aquí os dejo un  relato de las lejanas tierras de Anak Yigg, tierra de serpientes. Esperamos que os guste.


Le faltaba el aliento. Había corrido sin parar durante lo que le habían parecido horas, el horror le daba fuerzas, el miedo a la muerte.

Le parecía increíble haber podido escapar a la vigilancia de esos ojos reptilianos durante el tiempo suficiente para poner algo de tierra de por medio. Haber evitado el escrutinio previo a la puesta en marcha, gracias  a lo cual había podido esconder ese trocito de piedra afilada en su puño cerrado…los dientes apretados…le parecía increíble. Tal vez los dioses le tuviesen preparado un futuro distinto a la muerte. No, los dioses no. Se habían ido hace mucho. Todo era gracias a ella misma, a su fuerza, sus ganas de vivir.

Cuando el señor Munfred le preguntaba tantas cosas sobre ella, sobre si tenía familia, pareja, muchos amigos…tendría que haber sospechado algo. No es necesaria tanta información para una chica que va a ser ama de llaves de una casita de verano perdida en medio de la nada. Pero necesitaba el dinero, y era mucho…demasiado…debería haber sospechado.

El viaje hacia la supuesta casita fue agradable. El señor Munfred le ofreció unas pastas deliciosas, el carro apenas se agitaba a pesar de la velocidad, hacía buena temperatura, casi llegó a ser feliz imaginando la corta temporada que pasaría en esa supuesta casita haciendo sus labores, sola, sin nadie que la molestase y pensando en qué haría con el dinero después de haber cuidado de esa casita y adecentándola para las vacaciones de verano del señor Munfred…ese bastardo con dientes dorados. Si llegase a encontrárselo…si el destino le brindase esa oportunidad…pero ahora mismo tenía que seguir concentrada en correr.

Aun le dolía el golpe en la cabeza con cada latido de corazón, que al estar corriendo era más a menudo de lo deseable.
Nada más bajar del carruaje le habían golpeado en la cabeza y le habían hecho perder la consciencia, probablemente el carretero. Cuando despertó estaba en un barco rumbo a quién sabe dónde.
Había más personas con ella en la bodega, todas mujeres asustadas y sollozantes, como ella. Solamente lograron ver a un componente de la tripulación, era un humano bastante callado, aunque atento y amable. Les llevaba la comida y atendía las heridas y afecciones de las mujeres durante el viaje. No lograron ver a nadie más, pero de noche, cuando el mar estaba en calma y el silencio reinaba en el barco, se podía escuchar en cubierta un sonido extraño. Era como el deslizar de algo pesado, como si algo enorme se estuviese arrastrando.

Tras varios días en alta mar llegaron a su destino. Abrieron el portón de la bodega y entró la luz del día. Un día claro, limpio y muy caluroso. Pasaron unos segundos antes de que hubiera el más mínimo movimiento, hasta que de repente la cabeza del humano asomó por el portón abierto y les indicó con la mano que subieran la escalera que llevaba al exterior. Poco a poco las mujeres fueron poniéndose en marcha. La primera que asomó, una mujer robusta y hermosa de pelo cobrizo, que había subido muy despacio los primeros escalones hasta asomar la cabeza emitió un grito de terror y alguien la sacó de un tirón, con la facilidad con la un niño arranca un gusano de la tierra. Solamente se escuchaban sus gritos y todas las demás quedaron petrificadas en la bodega. Estaban aterrorizadas. Se escucharon unos siseos furiosos, como cuando metes hierro candente en agua y de repente, los gritos cesaron.
Se hizo un silencio que era más aterrador que los gritos de la muchacha…pasaron dos, tres, cuatro segundos. De repente una sombra cubrió la entrada de la bodega, dejando el interior casi en penumbra y se empezó a escuchar ese sonido de algo que se arrastra.
Una cabeza de serpiente del tamaño de una cabeza de caballo asomó por la entrada a la bodega, moviendo su lengua bífida, olisqueando el aire con ella. Las mujeres no emitieron el más mínimo sonido, ni siquiera respiraban. El ser oteó el aire hasta que el golpe seco de una mujer que se había desmayado llamó su atención. Como una exhalación bajó su enorme cuerpo reptiliano por las escaleras y se dirigió al grupo de mujeres. Entonces empezaron los gritos. Hubo un caos enorme, otra de esas criaturas entró en la bodega y empezaron a sacar a las mujeres a la fuerza y  a meterlas en un carro-jaula tirado por más de esos enormes seres serpentiles. Aunque reinaba el caos, Liara logró fijarse en algunos detalles mientras las llevaban al carro-jaula: la mujer que había asomado la primera estaba tendida en el carro, inconsciente o muerta, había varias criaturas, al menos 6, pero lo más extraño es que logró ver en cubierta al humano que les había alimentado y cuidado en el trayecto. Estaba flanqueado a ambos lados por dos de esas serpientes enormes, que poseían brazos humanos y tenía una sonrisa siniestra en la cara. Mientras le observaba, él la miró a los ojos y empezó a hacer unas muecas muy extrañas. Se llevó la mano a la cara y tiró de su piel, la cual se desprendió como si fuese una máscara. Debajo de dicha máscara había una cabeza de reptil, muy parecida a la de las otras criaturas, pero más pequeña y con facciones casi humanas. Poco a poco las muecas fueron siendo cada vez menos exageradas hasta que la humanidad fue perdiéndose por completo y sólo quedó una cabeza de serpiente sobre el cuerpo de humano. Lo más horrible fue cuando se quito la dentadura y la guardo en el zurrón, abrió la boca y unos colmillos retraídos asomaron, como si se estuvieran desperanzando y acto seguido, se volvieron a replegar. El asombro de Liara se reflejaba en su cara, junto al horror, y ambos hicieron que se quedase pasmada en el sitio. Una de esas enormes serpientes la tiró al suelo de un empujón, lo cual hizo que el golpe que le habían dado en la cabeza restallara de dolor, aunque le habían puesto un vendaje. Esa criatura humana con cabeza de serpiente había estado poniendo el vendaje unos días antes en el barco, callado y delicado y su cara era humana, Liara no tenía la menor duda. Ahora había descubierto que se equivocaba y que su silencioso tripulante era en realidad un demonio.

Tendida en la arena de la playa por el empujón de la enorme serpiente con brazos humanos, hundió sus manos en la arena para incorporarse y palpó una piedra de bordes afilados. Apretó el puño en torno a ella y obedeció sumisa las silenciosas indicaciones de la criatura para que entrara en el carro con el resto de sus compañeras.
Viajaron bordeando la costa por la playa varias jornadas hasta que se internaron en la jungla. Muy cerca de la orilla navegaba el barco donde habían venido. Le pareció muy extraño que el barco no hubiese desembarcado allí en vez de tan lejos para luego ir andando, pero había visto más cosas extrañas en los últimos días que en toda su vida.
Por las noches les daban comida y descansaban, ya que parecía que las enormes serpientes estaban más activas cuando brillaba el sol. Liara había guardado la piedra de bordes afilados como había podido, normalmente introduciéndola en la boca cuando les daban la comida y las miraban con esas grandes cabezas inexpresivas y silenciosas.
La noche anterior se había decidido a intentar escapar. Llevaban ya dos jornadas viajando a través de la densa jungla, y amparada por la oscura noche cortó las cuerdas que aseguraban uno de los barrotes de su carro-jaula. Lo había separado lo suficiente como para que su estrecho cuerpo pasase por la abertura.
Entonces echó a correr. Unos segundos más tarde escuchó gritos de mujeres y supo que la habían descubierto. Corrió y corrió y corrió como si no supiese hacer nada más.
Ahora ya le faltaba el aliento, le dolía la cabeza, tenía sed, hambre…pero no podía parar, debía llegar a…
Un enorme dolor en su pierna derecha la hizo caer de bruces al suelo. El dolor era tremendo, como si se hubiera roto el fémur de repente.
Lápices Alejandro F.Giraldo
Fue a tocarse la pierna entre gritos de dolor y pudo ver y palpar una enorme saeta que atravesaba su pierna de lado a lado. Sangraba. Pocos segundos después una criatura serpentil llegó a su altura en el más absoluto silencio, aunque es probable que no la hubiese escuchado ensordecida por sus propios sollozos y quejidos. Llevaba un arco casi de su tamaño en la mano, y un rifle enorme a la espalda. Era irónico, ni siquiera había desperdiciado una bala con ella. Colocó su arco a la espalda y arrancó la saeta con un sólo movimiento, lo que causó que Liara casi se desmayase de dolor, pero era una chica fuerte, tenía que sobrevivir. El ser acercó su cabezota a la herida, su lengua bífida casi llegó a tocarla. Pareció observarla durante unos segundos. Sangraba a borbotones. Despacio miró a los ojos a Liara con su rostro inexpresivo y a Liara casi le pareció ver lástima en sus ojos…no, era más bien fastidio, como cuando se te cae un plato al suelo. En un movimiento fluido y fugaz, la criatura desenvainó su espada curva de la cintura y cercenó la cabeza de la flaca muchacha.
La cabeza rodó unos metros mientras el cuerpo sin vida permanecía tendido en el suelo de la jungla. La criatura guardó su espada y cargó al hombro con el cuerpo decapitado de la muchacha, ya no serviría para procrear, pero no podía desperdiciar tan apetitosa comida.

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