Aquí os dejo un relato de las lejanas tierras de Anak Yigg, tierra de serpientes. Esperamos que os guste.
Le faltaba el aliento. Había corrido sin parar durante lo que le habían
parecido horas, el horror le daba fuerzas, el miedo a la muerte.
Le parecía increíble haber podido escapar a la vigilancia de esos ojos
reptilianos durante el tiempo suficiente para poner algo de tierra de por
medio. Haber evitado el escrutinio previo a la puesta en marcha, gracias
a lo cual había podido esconder ese trocito de piedra afilada en su puño
cerrado…los dientes apretados…le parecía increíble. Tal vez los dioses le
tuviesen preparado un futuro distinto a la muerte. No, los dioses no. Se habían
ido hace mucho. Todo era gracias a ella misma, a su fuerza, sus ganas de vivir.
Cuando el señor Munfred le preguntaba tantas cosas sobre ella, sobre si
tenía familia, pareja, muchos amigos…tendría que haber sospechado algo. No es
necesaria tanta información para una chica que va a ser ama de llaves de una
casita de verano perdida en medio de la nada. Pero necesitaba el dinero, y era
mucho…demasiado…debería haber sospechado.
El viaje hacia la supuesta casita fue agradable. El señor Munfred le ofreció
unas pastas deliciosas, el carro apenas se agitaba a pesar de la velocidad,
hacía buena temperatura, casi llegó a ser feliz imaginando la corta temporada
que pasaría en esa supuesta casita haciendo sus labores, sola, sin nadie que la
molestase y pensando en qué haría con el dinero después de haber cuidado de esa
casita y adecentándola para las vacaciones de verano del señor Munfred…ese
bastardo con dientes dorados. Si llegase a encontrárselo…si el destino le
brindase esa oportunidad…pero ahora mismo tenía que seguir concentrada en
correr.
Aun le dolía el golpe en la cabeza con cada latido de corazón, que al estar
corriendo era más a menudo de lo deseable.
Nada más bajar del carruaje le habían golpeado en la cabeza y le habían
hecho perder la consciencia, probablemente el carretero. Cuando despertó estaba
en un barco rumbo a quién sabe dónde.
Había más personas con ella en la bodega, todas mujeres asustadas y
sollozantes, como ella. Solamente lograron ver a un componente de la
tripulación, era un humano bastante callado, aunque atento y amable. Les
llevaba la comida y atendía las heridas y afecciones de las mujeres durante el
viaje. No lograron ver a nadie más, pero de noche, cuando el mar estaba en
calma y el silencio reinaba en el barco, se podía escuchar en cubierta un
sonido extraño. Era como el deslizar de algo pesado, como si algo enorme se
estuviese arrastrando.
Tras varios días en alta mar llegaron a su destino. Abrieron el portón de la
bodega y entró la luz del día. Un día claro, limpio y muy caluroso. Pasaron
unos segundos antes de que hubiera el más mínimo movimiento, hasta que de
repente la cabeza del humano asomó por el portón abierto y les indicó con la
mano que subieran la escalera que llevaba al exterior. Poco a poco las mujeres
fueron poniéndose en marcha. La primera que asomó, una mujer robusta y hermosa
de pelo cobrizo, que había subido muy despacio los primeros escalones hasta
asomar la cabeza emitió un grito de terror y alguien la sacó de un tirón, con la facilidad con la un niño arranca un gusano de la tierra.
Solamente se escuchaban sus gritos y todas las demás quedaron petrificadas en
la bodega. Estaban aterrorizadas. Se escucharon unos siseos furiosos, como
cuando metes hierro candente en agua y de repente, los gritos cesaron.
Se hizo un silencio que era más aterrador que los gritos de la
muchacha…pasaron dos, tres, cuatro segundos. De repente una sombra cubrió la
entrada de la bodega, dejando el interior casi en penumbra y se empezó a
escuchar ese sonido de algo que se arrastra.
Una cabeza de serpiente del tamaño de una cabeza de caballo asomó por la
entrada a la bodega, moviendo su lengua bífida, olisqueando el aire con ella.
Las mujeres no emitieron el más mínimo sonido, ni siquiera respiraban. El ser
oteó el aire hasta que el golpe seco de una mujer que se había desmayado llamó
su atención. Como una exhalación bajó su enorme cuerpo reptiliano por las
escaleras y se dirigió al grupo de mujeres. Entonces empezaron los gritos. Hubo
un caos enorme, otra de esas criaturas entró en la bodega y empezaron a sacar a
las mujeres a la fuerza y a meterlas en un carro-jaula tirado por más de
esos enormes seres serpentiles. Aunque reinaba el caos, Liara logró fijarse en
algunos detalles mientras las llevaban al carro-jaula: la mujer que había
asomado la primera estaba tendida en el carro, inconsciente o muerta, había
varias criaturas, al menos 6, pero lo más extraño es que logró ver en cubierta
al humano que les había alimentado y cuidado en el trayecto. Estaba flanqueado
a ambos lados por dos de esas serpientes enormes, que poseían brazos humanos y
tenía una sonrisa siniestra en la cara. Mientras le observaba, él la miró a los
ojos y empezó a hacer unas muecas muy extrañas. Se llevó la mano a la cara y
tiró de su piel, la cual se desprendió como si fuese una máscara. Debajo de
dicha máscara había una cabeza de reptil, muy parecida a la de las otras
criaturas, pero más pequeña y con facciones casi humanas. Poco a poco las
muecas fueron siendo cada vez menos exageradas hasta que la humanidad fue
perdiéndose por completo y sólo quedó una cabeza de serpiente sobre el cuerpo
de humano. Lo más horrible fue cuando se quito la dentadura y la guardo en el zurrón, abrió la boca y unos colmillos retraídos asomaron, como si se estuvieran desperanzando y acto seguido, se volvieron a replegar. El asombro de Liara se reflejaba en su cara, junto al horror, y
ambos hicieron que se quedase pasmada en el sitio. Una de esas enormes serpientes
la tiró al suelo de un empujón, lo cual hizo que el golpe que le habían dado en
la cabeza restallara de dolor, aunque le habían puesto un vendaje. Esa criatura
humana con cabeza de serpiente había estado poniendo el vendaje unos días antes
en el barco, callado y delicado y su cara era humana, Liara no tenía la menor
duda. Ahora había descubierto que se equivocaba y que su silencioso tripulante
era en realidad un demonio.
Tendida en la arena de la playa por el empujón de la enorme serpiente con
brazos humanos, hundió sus manos en la arena para incorporarse y palpó una
piedra de bordes afilados. Apretó el puño en torno a ella y obedeció sumisa las
silenciosas indicaciones de la criatura para que entrara en el carro con el
resto de sus compañeras.
Viajaron bordeando la costa por la playa varias jornadas hasta que se
internaron en la jungla. Muy cerca de la orilla navegaba el barco donde habían
venido. Le pareció muy extraño que el barco no hubiese desembarcado allí en vez
de tan lejos para luego ir andando, pero había visto más cosas extrañas en los
últimos días que en toda su vida.
Por las noches les daban comida y descansaban, ya que parecía que las
enormes serpientes estaban más activas cuando brillaba el sol. Liara había
guardado la piedra de bordes afilados como había podido, normalmente
introduciéndola en la boca cuando les daban la comida y las miraban con esas
grandes cabezas inexpresivas y silenciosas.
La noche anterior se había decidido a intentar escapar. Llevaban ya dos
jornadas viajando a través de la densa jungla, y amparada por la oscura noche
cortó las cuerdas que aseguraban uno de los barrotes de su carro-jaula. Lo
había separado lo suficiente como para que su estrecho cuerpo pasase por la
abertura.
Entonces echó a correr. Unos segundos más tarde escuchó gritos de mujeres y
supo que la habían descubierto. Corrió y corrió y corrió como si no supiese
hacer nada más.
Ahora ya le faltaba el aliento, le dolía la cabeza, tenía sed, hambre…pero
no podía parar, debía llegar a…
Un enorme dolor en su pierna derecha la hizo
caer de bruces al suelo. El dolor era tremendo, como si se hubiera roto el
fémur de repente.
Lápices Alejandro F.Giraldo |
La cabeza rodó unos metros mientras el cuerpo sin vida permanecía tendido en
el suelo de la jungla. La criatura guardó su espada y cargó al hombro con el
cuerpo decapitado de la muchacha, ya no serviría para procrear, pero no podía
desperdiciar tan apetitosa comida.