viernes, 20 de noviembre de 2015

La Leyenda de los Tres Ojos



-Tshhhhh, callaros o nos oirán, dejad que el anciano cuente su historia sin interrupciones y apagad todas las velas excepto un par, esta noche es demasiado calurosa y estoy demasiado cansado como para aguantar latigazos.

Los nuevos esclavos llegados a Hamuset estaban juntos en un grupo en el centro del cobertizo que les servía a todos de refugio. Todos provenían de la última batida realizada en tierras del sur, en Kilikgronja, la tierra de los cíclopes y de los nómadas llamados salinos. Los esclavos más veteranos estaban más alejados, algunos incluso estaban recostados en la oscuridad, apoyados en la pared, fuera del alcance de las tenues luces de las velas…ya habían escuchado la leyenda de los tres ojos antes o no tenían suficientes fuerzas para hacerlo y el día siguiente sería igual de duro que el anterior.



-Hace muchos años, cuando el abuelo del abuelo de mi abuelo vivía, los hombres escorpión, ikrau'k como se les conoce, aún esclavizaban a los cíclopes del sur, no solo a humanos, costumbre que mantenían desde el Rangarök. Los cíclopes eran excelentes esclavos, fuertes y duros, podían hacer el trabajo de tres hombres y los hombres escorpión los forzaban hasta que morían agotados. El trabajo en aquella época era tan duro como ahora, por lo que la esperanza de vida era corta.

El anciano comenzó a toser. Rápidamente un muchacho que estaba a unos metros de él se apresuró a llevarle agua.

-Gracias muchacho. Un día los cazadores de esclavos trajeron consigo un gran botín. Habían capturado a muchos esclavos humanos y algunos cíclopes. Entre estos últimos había tres hermanos. Eran trillizos, enormes, fuertes y jóvenes. Trabajaban sin quejarse. Los separaron nada más llegar y solo se veían a la hora de dormir, pues lo hacían aquí mismo, bajo este mismo techo. Eran los esclavos más dóciles que jamás había visto nadie. Los demás cíclopes capturados al mismo tiempo que los trillizos fueron muriendo año tras año, bien por cansancio o bien porque comenzaban a volverse agresivos, síntoma inequívoco de su maldición. Los trillizos no daban ningún problema hasta que un día…

-¡Silencio! Viene alguien.

Los que sujetaban las velas las apagaron rápidamente y la oscuridad y el silencio se hicieron dueños del cobertizo. A penas se escuchaban las pisadas que se acercaban y los ronquidos de los que se habían rendido al sueño. Las pisadas pasaron de largo, pero nadie se movió hasta que pasó un largo rato. Una vela se encendió, luego otra y otra. El anciano continuó narrando su historia como si nada hubiera pasado.

-Un día a uno de los trillizos se le escurrió un canasto de piedras que llevaba para ser talladas. El vigilante comenzó a azotarle con su látigo salvajemente. Ya había pasado antes, habían recibido latigazos con resignación y la verdad no creo que con el tamaño que habían alcanzado tras años, los latigazos de aquel pobre desgraciado les doliesen tanto como a alguien normal. Tras ocho, tal vez nueve, latigazos se escuchó un terrible rugido a cientos de metros de allí. Otro de los hermanos había pasado a su segundo estadio. Se había vuelto loco de repente, sin más, producto de su terrible maldición. No había sufrido ni uno solo de los síntomas típicos, había sucedido súbitamente. El vigilante que azotaba al otro cíclope se paró en seco y, a pesar de la distancia, pudo ver como un hombre escorpión volaba por los aires, arrojado por el enfurecido cíclope. Comenzó a recoger su látigo para acudir en ayuda de los vigilantes que se disponían a reducir al cíclope enloquecido a toda prisa y antes de que pudiera dar el primer paso escuchó otro brutal rugido, pero este provenía de pocos metros detrás de él. Muchos dicen que su rostro se volvió pálido, como si hubiese muerto de miedo en el acto. Nunca se sabrá si en efecto ya estaba muerto de terror antes de que el cíclope al que había estado azotando hacía unos segundos le arrancase la cabeza del cuerpo como quien arranca un fruto de un árbol. El caos fue inmediato. Los dos cíclopes enloquecidos destrozaban todo lo que se ponía a su alcance, todo. Los hombres escorpión fueron en busca del tercer hermano, para matarlo antes de que también él se volviese loco. Esta vez no hubo rugido de aviso. El cíclope despedazó a tres hombres escorpión antes de ser finalmente abatido.
Sus dos hermanos arrasaron con todo a su paso en dirección al sur, a Kilikgronja, su tierra. Tal vez en su locura añoraban su hogar y se dirigían hacia él desesperadamente. Cada uno corrió en dicha dirección desde su posición pero no llegaron a juntarse antes de ser abatidos. Los hombres escorpión hicieron uso de las armas mágicas, otorgadas por su dios impuro.
No se pudo seguir con los trabajos de construcción en tres días. Se atendió a los heridos, se reconstruyó el material dañado y se recogieron los restos de los que tuvieron la desgracia de acercarse demasiado a los hermanos locos, sobretodo trozos de los todopoderosos hombres escorpión.



Cuando el anciano se tomó una pausa para respirar profundamente podía vislumbrarse una ligera sonrisa en su rostro.

Nuestros verdugos tuvieron miedo aquel día, no solo de los tres hermanos cíclopes, sino de cómo el caos se hizo incontrolable por unos instantes. Muchos esclavos corrían por su vida, huyendo de los enloquecidos trillizos y pisoteando a los vigilantes sin temer sus látigos. Una avalancha imparable de esclavos corriendo apresuradamente en una misma dirección.
Nunca más se volvió a capturar a un cíclope como esclavo.

Se hizo el silencio. Por unos instantes los esclavos recién llegados se miraron entre ellos. El anciano se levantó pesadamente, ayudado por el joven que le había llevado agua.

-¡Espera!, podemos unirnos y levantarnos contra ellos, podemos salir de aquí juntos.

Era un hombre de mediana edad, de tez ruda y curtida por el sol, probablemente algún líder salino de algún clan nómada.
El anciano se giró lentamente. Aún conservaba la sonrisa en su rostro, solo que sus ojos ahora brillaban con esperanza. 

-Descansa joven intrépido. Tendremos mucho tiempo para hablar sobre tu propuesta.

El anciano se dirigió a su sitio habitual de descanso donde una mugrienta manta hacía las veces de cama.


Al día siguiente, un esclavo subía apresuradamente por las escaleras de mármol y metal en dirección a las estancias de Ashgan Enur, el líder ikrauk de Hamuset. Iba acompañado de uno de los vigilantes de esclavos, el cual esperó fuera de la sala. El esclavo no levantó ni un solo segundo la vista del suelo. Sabía que las estancias eran dignas de ver, lujosas y bellas pero aun así evito alzar la vista. La temperatura era fresca gracias a dos ventiladores accionados mediante un sistema de energía desconocido para el esclavo, al igual que las esferas de luz pegadas a la pared. Ashgan estaba de espaldas, mirando hacia el infinito a través del enorme ventanal enmarcado por unas preciosas cortinas. Solo se oía el girar de las aspas de los ventiladores y el tic tac de un enorme reloj de pared.

-Habla

El esclavo tuvo que contenerse para no orinarse encima.

-Eeee…eel anciano les ha contado la leyenda de los tres ojos a los nuevos mi señor y uno de ellos, al parecer un líder salino, ha sugerido la idea deee…deee unir a los esclavos y levantarnos cantra…contra…

-¡Silencio! Sal de aquí antes de tus tripas me sirvan de aperitivo.

-Sssi mi señor…

El esclavo salió de la estancia apresuradamente con una mancha amarillenta y húmeda en sus pantalones. 
Ashgan se dirigió a uno de sus lugartenientes.

-Dale algo de fruta y una manta nueva a ese. Cortadle la cabeza al salino y exponedla en una pica en la entrada del cobertizo de esclavos.

-¿Y el anciano?

-Dejadle vivir. Ha de haber esperanza, para que al ser aplastada se convierta en miedo.

Edu "Aristie" Fierro