-Tshhhhh, callaros o nos oirán, dejad que el
anciano cuente su historia sin interrupciones y apagad todas las velas excepto un
par, esta noche es demasiado calurosa y estoy demasiado cansado como para
aguantar latigazos.
Los nuevos
esclavos llegados a Hamuset estaban juntos en un grupo en el centro del
cobertizo que les servía a todos de refugio. Todos provenían de la última
batida realizada en tierras del sur, en Kilikgronja, la tierra de los cíclopes
y de los nómadas llamados salinos. Los esclavos más veteranos estaban más
alejados, algunos incluso estaban recostados en la oscuridad, apoyados en la
pared, fuera del alcance de las tenues luces de las velas…ya habían escuchado
la leyenda de los tres ojos antes o no tenían suficientes fuerzas para hacerlo
y el día siguiente sería igual de duro que el anterior.
-Hace muchos años, cuando el abuelo del
abuelo de mi abuelo vivía, los hombres escorpión, ikrau'k como se les conoce,
aún esclavizaban a los cíclopes del sur, no solo a humanos, costumbre que
mantenían desde el Rangarök. Los cíclopes eran excelentes esclavos, fuertes y
duros, podían hacer el trabajo de tres hombres y los hombres escorpión los
forzaban hasta que morían agotados. El trabajo en aquella época era tan duro
como ahora, por lo que la esperanza de vida era corta.
El anciano
comenzó a toser. Rápidamente un muchacho que estaba a unos metros de él se
apresuró a llevarle agua.
-Gracias muchacho. Un día los cazadores de esclavos trajeron consigo un gran botín. Habían
capturado a muchos esclavos humanos y algunos cíclopes. Entre estos últimos
había tres hermanos. Eran trillizos, enormes, fuertes y jóvenes. Trabajaban sin
quejarse. Los separaron nada más llegar y solo se veían a la hora de dormir,
pues lo hacían aquí mismo, bajo este mismo techo. Eran los esclavos más dóciles
que jamás había visto nadie. Los demás cíclopes capturados al mismo tiempo que
los trillizos fueron muriendo año tras año, bien por cansancio o bien porque
comenzaban a volverse agresivos, síntoma inequívoco de su maldición. Los
trillizos no daban ningún problema hasta que un día…
-¡Silencio! Viene alguien.
Los que
sujetaban las velas las apagaron rápidamente y la oscuridad y el silencio se
hicieron dueños del cobertizo. A penas se escuchaban las pisadas que se
acercaban y los ronquidos de los que se habían rendido al sueño. Las pisadas
pasaron de largo, pero nadie se movió hasta que pasó un largo rato. Una vela se
encendió, luego otra y otra. El anciano continuó narrando su historia como si
nada hubiera pasado.
-Un día a uno de los trillizos se le escurrió
un canasto de piedras que llevaba para ser talladas. El vigilante comenzó a
azotarle con su látigo salvajemente. Ya había pasado antes, habían recibido
latigazos con resignación y la verdad no creo que con el tamaño que habían
alcanzado tras años, los latigazos de aquel pobre desgraciado les doliesen
tanto como a alguien normal. Tras ocho, tal vez nueve, latigazos se escuchó un
terrible rugido a cientos de metros de allí. Otro de los hermanos había pasado
a su segundo estadio. Se había vuelto loco de repente, sin más, producto de su
terrible maldición. No había sufrido ni uno solo de los síntomas típicos, había
sucedido súbitamente. El vigilante que azotaba al otro cíclope se paró en seco
y, a pesar de la distancia, pudo ver como un hombre escorpión volaba por los
aires, arrojado por el enfurecido cíclope. Comenzó a recoger su látigo para
acudir en ayuda de los vigilantes que se disponían a reducir al cíclope
enloquecido a toda prisa y antes de que pudiera dar el primer paso escuchó otro
brutal rugido, pero este provenía de pocos metros detrás de él. Muchos dicen
que su rostro se volvió pálido, como si hubiese muerto de miedo en el acto.
Nunca se sabrá si en efecto ya estaba muerto de terror antes de que el cíclope
al que había estado azotando hacía unos segundos le arrancase la cabeza del
cuerpo como quien arranca un fruto de un árbol. El caos fue inmediato. Los dos
cíclopes enloquecidos destrozaban todo lo que se ponía a su alcance, todo. Los
hombres escorpión fueron en busca del tercer hermano, para matarlo antes de que
también él se volviese loco. Esta vez no hubo rugido de aviso. El cíclope
despedazó a tres hombres escorpión antes de ser finalmente abatido.
Sus dos hermanos arrasaron con todo a
su paso en dirección al sur, a Kilikgronja, su tierra. Tal vez en su locura
añoraban su hogar y se dirigían hacia él desesperadamente. Cada uno corrió en
dicha dirección desde su posición pero no llegaron a juntarse antes de ser
abatidos. Los hombres escorpión hicieron uso de las armas mágicas, otorgadas
por su dios impuro.
No se pudo seguir con los trabajos de
construcción en tres días. Se atendió a los heridos, se reconstruyó el material
dañado y se recogieron los restos de los que tuvieron la desgracia de acercarse
demasiado a los hermanos locos, sobretodo trozos de los todopoderosos hombres
escorpión.
Cuando el
anciano se tomó una pausa para respirar profundamente podía vislumbrarse una
ligera sonrisa en su rostro.
Nuestros verdugos tuvieron miedo
aquel día, no solo de los tres hermanos cíclopes, sino de cómo el caos se hizo
incontrolable por unos instantes. Muchos esclavos corrían por su vida, huyendo
de los enloquecidos trillizos y pisoteando a los vigilantes sin temer sus
látigos. Una avalancha imparable de esclavos corriendo apresuradamente en una
misma dirección.
Nunca más se volvió a capturar a un
cíclope como esclavo.
Se hizo el
silencio. Por unos instantes los esclavos recién llegados se miraron entre
ellos. El anciano se levantó pesadamente, ayudado por el joven que le había
llevado agua.
-¡Espera!, podemos unirnos y
levantarnos contra ellos, podemos salir de aquí juntos.
Era un
hombre de mediana edad, de tez ruda y curtida por el sol, probablemente algún
líder salino de algún clan nómada.
El anciano
se giró lentamente. Aún conservaba la sonrisa en su rostro, solo que sus ojos
ahora brillaban con esperanza.
-Descansa joven intrépido. Tendremos mucho
tiempo para hablar sobre tu propuesta.
El anciano
se dirigió a su sitio habitual de descanso donde una mugrienta manta hacía las
veces de cama.
Al día
siguiente, un esclavo subía apresuradamente por las escaleras de mármol y metal
en dirección a las estancias de Ashgan Enur, el líder ikrauk de Hamuset. Iba
acompañado de uno de los vigilantes de esclavos, el cual esperó fuera de la
sala. El esclavo no levantó ni un solo segundo la vista del suelo. Sabía que
las estancias eran dignas de ver, lujosas y bellas pero aun así evito alzar la vista.
La temperatura era fresca gracias a dos ventiladores accionados mediante un
sistema de energía desconocido para el esclavo, al igual que las esferas de luz
pegadas a la pared. Ashgan estaba de espaldas, mirando hacia el infinito a
través del enorme ventanal enmarcado por unas preciosas cortinas. Solo se oía
el girar de las aspas de los ventiladores y el tic tac de un enorme reloj de
pared.
-Habla
El esclavo
tuvo que contenerse para no orinarse encima.
-Eeee…eel anciano les ha contado la
leyenda de los tres ojos a los nuevos mi señor y uno de ellos, al parecer un
líder salino, ha sugerido la idea deee…deee unir a los esclavos y levantarnos
cantra…contra…
-¡Silencio! Sal de aquí antes de tus tripas
me sirvan de aperitivo.
-Sssi mi señor…
El esclavo
salió de la estancia apresuradamente con una mancha amarillenta y húmeda en sus
pantalones.
Ashgan se
dirigió a uno de sus lugartenientes.
-Dale algo de fruta y una manta nueva a ese.
Cortadle la cabeza al salino y exponedla en una pica en la entrada del
cobertizo de esclavos.
-¿Y el anciano?
-Dejadle vivir. Ha de haber
esperanza, para que al ser aplastada se convierta en miedo.
Edu "Aristie" Fierro